jueves, 27 de noviembre de 2008

El baile final


Eran las ocho menos diez de la tarde, acababa justo de llegar a aquel teatro que era totalmente desconocido para mí. Por suerte, había conseguido llegar antes de tiempo, puesto que no tenía claro siquiera la duración del viaje en tren. Quizás era una maniobra suicida, quizás la forma de sentirme bien conmigo mismo.

Sabía que él iba a estar allí. Más en concreto, él era parte del espectáculo, lo cual debía asegurarme su presencia, si no fuese por el hecho de que jamás me confirmó que se tratase de este jueves. Lo intenté averiguar, pero se negó a contestarme haciendo uso de eso que llaman “politesse française”, es decir, poniendo excusas vulgares.

Lo lógico hubiese sido tirar la toalla, dejar de una vez las cosas pasar, pero mi subconsciente se negaba a aceptar que hubiese gente tan mala, gente que lo único que buscaba era su placer personal, pisando a cuantas personas se encontrase por el camino. Fue ese el motivo que me hizo no desistir, e incluso tomar la determinación de vestirme de manera especial, para que si por algún despiste del destino nos cruzábamos o me veía, que se diera cuenta de lo que había dejado escapar, porque era la primera vez que me sentía superior a alguien.

Pueden parecer palabras duras, incluso puede parecer incoherente que si lo que tengo es rencor hacía él, vaya a ver su espectáculo, y todas estas dudas, me hacían plantearme si entrar o no al teatro. De todos es sabido que en este tipo de espectáculos, si llegas tarde, no te es permitido entrar hasta que haya un descanso, en mi caso, la duda era si entrar o si darme la vuelta y volver a casa.

Por primera vez escuché una vocecita dentro de mí, siempre había necesitado que alguien, alguno de mis amigos hiciese de mi conciencia, pero ésta vez, por fin fui yo y sólo yo quien decidió lo que hacer. Ya no quedaban esperanzas ni ganas de intentar conocerlo, simplemente quedaba el orgullo herido, pero este sentimiento no era nuevo, así que me armé de valor, y entré en el teatro, buscando un buen sitio para ver, pero sin ser visto.

La voz de mi conciencia, sólo me dijo una cosa. “No tengas miedo al fracaso, al fin y al cabo los únicos que fracasan son aquellos que lo intentan”.

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