domingo, 16 de noviembre de 2008

Un día cualquiera


Tengo miedo, sí, es una manera salvaje de empezar, pero es así.

Hacía días que conseguía conciliar el sueño sin problema, incluso ya había dejado atrás aquellas pesadillas que me traían recuerdos de momentos tristes, todo parecía haber vuelto a la extraña normalidad que muchos ansiaban tener en sus vidas.

En mi caso no era así, temía convertirme en una persona corriente, y supongo que debido a cosas del destino, ayer todo cambió. El día empezó como cualquier otro, gracias a dios no tenía clases por lo que pude levantarme a la hora francesa de comer. En mi fuero interno sabía que aquel día me deparaba algo especial, pero yo sólo llegaba a vislumbrar uno de aquellos días negros en los que lo mejor es quedarse en la cama para no tentar a la suerte.

Así hice, pero con mi fiel amigo en mi regazo. Muchos se pensarán que es un perro, pero no, debido a mi fobia a los mismos, mi fiel amigo es un ordenador que me tiene conectado con el mundo, que me permite hacer inmensamente grande esta habitación a la que a veces llamo celda. Pero ayer, en mi habitación, no había lugar a la desesperación, puesto que estaba repleta de amigos, cierto que en dos dimensiones, pero sus palabras me servían de antídoto para no hacer caso a las heridas lacerantes que tenía cerca del costado. Unas heridas que aunque creo que ya están curadas, cada cierto tiempo se reabren, dejando salir todo el dolor que guardan.

Cuando ya tenía pensado dejar la realidad paralela, una persona a la que apenas conocía, me propuso la idea de olvidarme de mis heridas y salir a disfrutar un poco de la vida, me prometió que lograría hacerme una foto sonriendo, asegurando que no utilizaría el recurso de las cosquillas.

El resto de mis amigos, sin dudarlo ni un segundo, me animaron insistentemente a abandonar la reclusión, a abandonar mi mundo en dos dimensiones, en pos de la aventura, y no sin ciertas reticencias, terminé aceptando y fijando una hora y un lugar. Una vez allí, me encontré con una persona que no esperaba, su nombre era Miguel, la edad no podría precisarla, pero desde el principio me di cuenta de que sus ojos despedían una alegría diferente, una sensación que calmaba mi nerviosismo.

Tras la espera, aparecieron unos cuantos de sus amigos, que me acogieron de una manera incluso sorprendente, puesto que me sentí en todo momento del grupo, es más, en los momentos en los que mi cabeza empezaba su vuelta a casa, siempre estaba Miguel, atento y dispuesto a sacarme aquella sonrisa.

Fue una noche diferente, no diría que me aburrí, pero tampoco la consideraría de fiesta, quizás era lo que necesitaba, sentirme un poco arropado alrededor de una mesa en la que lo único que importase fuese olvidar los problemas cotidianos de cada uno.

Sin duda, aquella foto sonriendo fue hecha, no soy el poseedor de tal imagen, en cambio, poseo muchos más recuerdos de aquella noche que si bien acabó pronto, consiguió sorprenderme.

Y a qué viene el miedo, muy sencillo, miedo a confiar de nuevo en personas, miedo a abrirme de nuevo a un mundo, sin tener la certeza de que a pocos metros se encuentre un muro que vuelva a herirme…

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