sábado, 17 de enero de 2009

Alguien inesperado


No podía ser, llegaba de nuevo tarde. Esta vez no tenía excusa, fue él quien dijo de quedar, y yo, aunque me daba miedo en un principio, reconozco que estaba nervioso.

Me sorprendió, quizás porque en mi cabeza todavía están los recuerdos de Miguel, pero no me había planteado que este chico simpático, fuese atractivo. Fuimos al centro, y como no, al llevarme por calles desconocidas, terminé perdido en un bar, alrededor de una “despe” y buena compañía.

Estuve tres horas con él. Pero no es el hecho del tiempo que estuve con él, sino que tomé conciencia cuando miramos el reloj y ya eran las once de la noche. Yo aunque no fuese mi idioma, no paré de hablar, como siempre cometiendo algunos fallos cuanto menos graciosos, mientras merodeábamos por las calles de aquel barrio, le Marais. Me llevó a una biblioteca temática, donde conseguí que me aconsejara un libro “diferente”, comentamos la música que nos gustaba, pero esta vez alrededor de unos mojitos. Todo transcurrió rápidamente.

Terminé confundido, llegó la hora de volver, y al pasar por delante de Notre Dame, con el abeto todavía iluminado, ya no sabía que pensar del chico que tenía a mi lado.

Hasta que decidió reírse de mí. No lo hizo de forma cruel, es más, considero que bastante esfuerzo hizo para entenderme durante todo el rato, pero tengo claro que no escogió el momento apropiado.

La puerta del tren se cerró tras de mí, habiéndome despedido de él con un frio “bonne soirée”. No sé si volveré a hablar con él, siquiera sé si debería, pero de lo que se presumía una tarde aburrida, salió una muy entretenida velada con alguien inesperado.

miércoles, 14 de enero de 2009

Dejando atrás mi ciudad


“Última llamada para los pasajeros del vuelo con destino París”.
Había llegado con el tiempo justo al aeropuerto, incluso había tenido la suerte de poder comer en mi casa con mis padres, para luego con prisas coger el ave que me llevaría a Madrid, y desde allí a París. Era fácil describir mi sensación, la tristeza.

Cada vez que vuelvo, se me hace más difícil, y ya no es por el hecho de tener miedo a estar equivocándome con los pasos que estoy dando, sino pavor a que algo pase y yo no llegué a tiempo para estar con los míos. Las Navidades ya se habían acabado, no había conseguido dormir nada, quizás pensando que ya nos íbamos todos, quizás con miedo por lo que ahora sí ha de comenzar.

Mis hermanos se fueron primero a Madrid, para uno de ellos poner rumbo posteriormente a Barcelona. Yo decidí ir más tarde, para disfrutar un poco más de mi ciudad, o de lo que más he utilizado estos días, mi casa. Cargando con los principales regalos que había tenido, subí al tren, no sin antes haberme despedido de mis padres.

No es nuevo que cada vez que vuelvo, las relaciones están más deterioradas. Unas veces por mi culpa, otras veces porque nuestras agendas ya no coinciden. El hecho es que en todas las Navidades, no he salido más que un día de fiesta, y para cómo transcurrió la noche, creo que hice bien en no salir el resto de los días.

Una amiga me dijo hace mucho tiempo, meses antes de irme y abandonar mi inmadurez por el camino, que este viaje supondría una criba muy importante en lo que a los amigos se refiere. Al principio me daba miedo el que tuviese razón, tras casi año y medio fuera de mi país, puedo decir que ASÍ HA SIDO. He perdido muchos amigos por el camino, unos para pasar a ser conocidos, otros para ser olvidados, pero lo que mi amiga no me dijo es que otras personas importantes llegarían, y al fin y al cabo, aunque la soledad sea mi amante fiel, hay muchas veces que un abrazo sirve para desahogarse. Ese abrazo no lo he tenido, posiblemente porque no he tenido valor de querer afrontar mis sentimientos delante de amigos, o porque tengo la extraña sensación de que me convierto en el centro de atención cuando hago alusión al chico por el que me siento atraído, o incluso al ver pasar a un chico guapo por la calle, hacer algún comentario.

Sé quiénes son mis amigos, a muchos de ellos no los vi estas Navidades, pero sé que están ahí. Unas veces más cerca, otras más lejos, pero sé que si necesito de ellos algo, lo voy a tener, incluyendo las contestaciones que no quiero oír. Están siempre en mi maleta, esa maleta que me acompaña a cada viaje que hago, y que siempre tengo cerca de mí.

Por suerte por la terminal no me encontré con demasiada gente, por lo que arrastrando mi maleta con mis recuerdos, pude llegar a tiempo al avión que me llevaría a mi otra casa.

domingo, 4 de enero de 2009

Una tarde especial: El batido


Llevaba unas Navidades de lo más atípicas, y no por el hecho de no estar con la familia, ni tan siquiera por no recibir regalos, sino por el hecho de que no había salido de casa para prácticamente nada. No estaba enfadado, tampoco disgustado, quizás fue el cansancio acumulado, o las ganas de dormir, lo que hicieron que no tuviese ganas de llamar a mis amig@s para que dar a tomar algo, o incluso para ir al cine.

Ya habíamos empezado el nuevo año, nuevos propósitos se habían sumado a la lista de los anteriores que no habían sido cumplidos, una positividad extraña se estaba adueñando de mí, temía que si seguía sin hacer nada, la perdería a los pocos días.

Fue de improviso, hacía unos meses que había prometido una segunda visita a una amiga, pero ya había perdido la esperanza de cumplirla, puesto que no quedaban días disponibles. Esta era mi forma de pensar, hasta que mi padre me dijo que iría a ver a unos familiares suyos, que por vueltas de la vida, estaban pasando su peor Navidad, por el hecho de haber perdido a uno de sus hijos en aquel accidente de avión del que ya pocos nos acordamos. Le dije a mi padre si me podía llevar a Salamanca, le pillaba a veinte minutos de su destino, y accedió sin ningún problema, quizás impulsado por la sensación que tienen mis padres de que o bien me gusta la soledad, o bien me he quedado sin amigos por mi carácter.

Raudo y veloz, llamé por teléfono a mi contacto salmantino, para corroborar que no tenía planes previstos, recibí una respuesta positiva, y tras comer, con Kate Ryan como compañera de viaje, mi padre me terminó dejando en la iglesia redonda. Tras perderme un poco por la ciudad, cosa típica y normal en mí, encontré lo que fui a buscar.

Habrá muchos escépticos que piensen que las relaciones por internet no pueden existir. Yo les digo que no lo han intentado, puesto que mi mejor amiga la conocí por el fotolog, pero a esta persona a la que fui a ver, la conocí gracias a una antigua amiga, y se cumplió el dicho de “los amigos de mis amigos son mis amigos”. Toda la locura de ir a Salamanca fue por ella, por verla de nuevo, porque aunque no la he visto en persona muchas veces, por internet sé de su vida, y ella de la mía.

Creo que somos parecidos en la forma de ser, tenemos una apariencia inicial quizás un poco seria, pero una vez que rompemos el hielo, somos personas que no paramos de hablar, pero que a la vez nos gusta escuchar lo que nos dicen. Me llevó a un bar donde deberíamos haber estado dando vueltas sin parar, al ritmo de la música con el acompañamiento de cacahuetes y frutas de Aragón entre otros. Nos pusimos al día, aunque sabíamos por donde iban las cosas, en persona nos comentamos detalles de nuestras vidas.

Sólo puedo decir que me siento super a gusto cuando hablo con ella y le confió muchos secretos y pensamientos que tengo. En algunos momentos, tengo la certeza de que ella me entiende mejor que yo mismo, supongo que el hecho de que sea psicóloga tendrá algo que ver. Lo que tengo claro, es que espero repetir pronto el batido, aunque las camareras no nos hagan caso, aunque se alguien adueñe del plato para dejar las cucharas, aunque la mesa fuese enorme…Todo ello mereció la pena, e hizo que pasase una de mis mejores tardes Navideñas, una tarde diferente, especial.