miércoles, 26 de enero de 2011

La escalera


Cuando era pequeño, recuerdo que pensaba que las escaleras eran como una pasarela a otro mundo. Era pequeño, y cada escalón suponía para mí un esfuerzo sobre humano. Afortunadamente, siempre estaba detrás alguien para empujarme el culo y evitar caerme de cabeza.

Los años han pasado, pero sigue existiendo dicha escalera que por un lado me hace soñar y por el otro me da miedo. Los escalones han variado en altitud, al igual que yo. Unos son prácticamente inexistentes, pero hay otros que tienen una altura tan elevada, que me cuesta mucho sobrepasar.

El problema reside en que ahora ya no hay nadie para darme un empujón y ayudarme a alcanzar otra meta más en la larga lista. La madurez, la edad, o simplemente mi cabezonería han hecho que la escalera esté vacía.

Ya no veo el primer escalón, e incluso he de reconocer que he hecho trampas en algunos. En vez de superarlos saltando, he encontrado una pequeña rampa en un lateral que me ha evitado mucho trabajo. Sin embargo, estas “astucias” ya se han vuelto más de una vez en mi contra.

En momentos determinados de mi vida he intentado volver atrás, tras mucho tiempo solo en el camino, he tenido la necesidad, el ansia, o las ganas de volver a buscar cosas perdidas en escalones inferiores. Iluso de mí, que pensaba que todo seguiría tal como lo recordaba. La realidad que allí me encontré me asusto. Bien es cierto que desde pequeños nos dicen que cada acto tiene sus consecuencias, y que en una bifurcación, el haber elegido implica que olvidamos la otra rama del camino. Que nosotros la olvidemos, no significa que todo lo que hay a nuestro alrededor lo haga. Esto me ha llevado a encontrarme con situaciones hasta entonces inverosímiles en mi cabeza.

Cada vez que una de mis hazañas no sale como yo me espero, intento volver a atrás, bajar unos cuantos escalones hasta aquel en el que recuerdo que tenía cierta estabilidad en todos los sentidos. Cuando he intentado hacer eso, siempre me he encontrado que dicho escalón ya no se asemejaba a cómo era la primera vez que lo pisé.

Los amigos, la familia, incluso nosotros mismos cambiamos. No hace falta el paso de los años, incluso el paso de los días puede hacer que algo que creíamos estable, seguro y duradero, se convierta en humo.

Hace ya más tiempo del que me gustaría, me estampé de lleno con uno de los escalones. Busqué a oscuras como bajar la escalera, intente por todos los medios llegar al inicio y encontrarme con mi familia y amigos. Tras varios meses intentándolo, terminé llegando a la conclusión de que lo que dejé en el camino no solo se lleno de polvo, sino que había cambiado.

Después de darme cuenta, necesite bastante tiempo para centrarme, para pensar qué haría. En un momento dado, supongo que de bajón, estuve a punto de tirarme por la barandilla para llegar al inicio de la escalera. A sabiendas de que la caída era mortal.

Al fin, encontré algo a lo que agarrarme. Y no estaba en el pasado como yo pensaba. Sino en el futuro. Sin embargo, el escalón que me rompió por dentro, seguía ahí. Un obstáculo que aun a día de hoy no sé cómo superar, y siempre estará allí, impasible ante mí, ante la persona a la que destrozo.

Me di cuenta de que mis miedos, mis batallas ganadas y también las perdidas, incluso mis logros y mis dos familias (la impuesta y la elegida) no podían sacarme siempre las castañas del fuego. Dediqué un tiempo a reflexionar, a pensar qué era lo que más ansiaba encontrar al final de la escalera. Siempre pensé que sería “mi gran amor”, esa persona que al inicio de la escalera pensaba que sería un mujer, y que a medio camino me di cuenta de que sería alguien de mi mismo sexo; esa persona que me daría todo lo que anhelaba, con la que compartiría mi vida, mis sueños, mis miedos. Aquella con la que discutiría, pero que a imagen y semejanza de mis padres, permanecería a mi lado contra viento y marea.

Tras muchas vueltas en la cabeza, me di cuenta de que el amor implica dependencia, y que esa dependencia causa un tremendo dolor cuando la otra persona se va. Tuve claro entonces que aunque fuese de cobardes, quería mantener mi corazón a salvo, protegido. No sería yo el que cerrara definitivamente las puertas al amor, pero cerré con candado la puerta de mis sentimientos y tiré la llave por la barandilla.

Fue entonces cuando volviendo mentalmente a mis inicios, vi con claridad qué es lo que quería que me esperara arriba. Lo que quería que me animara a seguir con mi camino. Y ahí apareció él: Joel. El sueño más grande de mi vida. El ser padre. El tener una persona a mi lado viéndolo crecer e intentándola educar con mis valores: una mezcla de los de mis padres y de los que yo por el camino he ido aprendiendo.

Todavía queda mucho para que Joel esté entre mis brazos, quizás incluso el día que llegue, no se llamara Joel, pero tengo muy claro, que ese es mi punto de partida. Mi apoyo. El objetivo fundamental de mi vida. Y me sacrificaré lo que sea necesario para conseguirlo. Sudaré por el camino, me tiraran piedras e incluso caeré, pero tengo claro que al final, lo tendré entre mis brazos.

Quién sabe si el destino me depara que alguien encuentre la llave y comparta con él la ilusión de ser padre...

Diario del dia más doloroso (Hasta pronto Abu!)

Mi abuela se murió. El domingo a la hora de comer. Me dio un ataque de ansiedad o yo que sé, pero no paraba de temblar. Yo en Paris y mi abuela en Valladolid. Los compañeros de piso de mi amiga Laura, me ayudaron a comprar el billete (para 2h después) y demás. Fui llorando como era de esperar, y llegue a mi casa a las 2am. Mi padre fue a buscarme a la estación de buses, llegamos a casa, y mi madre estaba despierta. Yo no tenía tampoco sueño, aunque estaba súper cansado. Al final me fui a la cama, porque al día siguiente nos esperaba una agenda repleta.

A las 9 de la mañana tocaron diana para prepararse. A las 10 teníamos una misa en el tanatorio (el salvador) oficiada por el cura de allí para todos los difuntos del día en general. La verdad que hizo una homilía como para irse de la capilla, echando en cara a los jóvenes el no creer en dios, que no hay que poner rosas a los muertos, puesto que se marchitan, que hay que darles las "rosas" en vida...en fin, que será que estaba yo muy susceptible pero fue mejor que no me lo cruzase a la salida. Si no fueran tan anticuados, si no fueran tan capullos, ni tan hipócritas, creería en la iglesia. Soy gay, la iglesia piensa que soy un enfermo, esa iglesia que está llena de curas homosexuales, que en vez de afrontar su realidad se han metido allí "por si las moscas"...en fin, incongruencias que impiden que pueda comulgar con esa forma de vida.

Total que después de la misa, saludar a mis tías...y familia...esto lo sobrellevé bastante decentemente, llego la hora de entrar en la sala. Nunca había estado en un tanatorio, nunca había tenido la "oportunidad" de ver como era aquello. Entré, vi a familiares, vi que hacía calor, y vi detrás de un espejo un ataúd de madera bastante bonito. Es lo único que vi, porque antes de que mi madre se diese cuenta, me tuve que salir. Me cogí un berrinche enorme (y en verdad ahora que lo estoy escribiendo, se me están cayendo las lagrimas) porque mi abuela estaba allí. Salí y me puse a intentar calmarme, pero...vinieron las aguas, tuve que ir donde mi padre llorando como jamás había hecho, para pedirle un pañuelo y salirme fuera a llorar tranquilamente. Odio la gente que viene a dar el pésame. Lo agradezco, pero me duele, cada vez que veía a alguien decirme algo, las lágrimas volvían a mis ojos.

Después del tanatorio, llegaban unos familiares que queremos mucho (sobrinos de mi abuela). Al saludarlos en poniente...otra de lagrimas...pero quedamos allí para ir a san miguel (al lado de san Benito) que es nuestra parroquia, donde era el funeral por mi abuela. No llevamos el cuerpo, puesto que el entierro era después de comer y preferimos no "moverla". En la iglesia había gente, mucha, a la que ni saludé. Llego la hermana de mi padre, mi tía, y nada más verla se me saltaron las lagrimas, así que a ella también, aunque se hubiese hecho el propósito de no llorar delante de mi madre. Aguanté la misa como pude. Voy a saltarme todos los aspectos idiotas como que el domingo mis padres se fueron del tanatorio porque eso parecía un acontecimiento social debido a que mis tías llamaron a todo el mundo. Voy a olvidar los 30 niños que fueron al funeral a comulgar, alumnos de una de mis tías... en fin...me voy a quedar con lo fundammental, con mi abuela. Después del funeral, fuimos a comer al nuevo de poniente (el de cárnicas poniente). La verdad que hambre no tenia, pero lo que probé la verdad es que estaba bueno, buenísimo.

Después venia la supuesta peor parte. La despedida del cuerpo en el tanatorio y la marcha al cementerio (gracias a quien sea, el cementerio estaba al lado, con lo que no había que hace mucho trayecto). El cura "de la familia" (porque es primo de mi tía y es el que oficia bodas, bautizos, comuniones...y entierros) dijo unas cuantas palabras, y dejo la pregunta en el aire de si alguien quería añadir algo. Evidentemente, todos estaban callados, yo llorando. Mi madre al final fue la única que dijo algo. Entre sollozos, y siendo de las mas pequeñas, la verdad que dijo todo lo que pensábamos. En resumen, que ojala sea cierto que se haya encontrado con su marido, y que daba gracias porque mi abuela no sufrió al morir. Después de esto, todo el mundo fue saliendo, porque se supone que teníamos que ir al cementerio, para inhumarla. Yo nada más que acabo mi madre de hablar, me puse de espaldas a todo el mundo, y de frente a mi abuela. Estaba llorando, me hubiese gustado decir muchas cosas, pero las cosas que tenía que decir eran para mi abuela, no para el resto del mundo. Me quede ahí hasta que todo el mundo se había ido. En concreto yo quería quedarme hasta que entrasen por detrás y se llevaran a mi abuela. Pero vino mi tío (mi padrino) a decirme que teníamos que ir al cementerio. Me quedé el último de todos, con ella, con mi abuela. Pensando en todos los momentos que viví con ella. En todas las anécdotas que si tengo tiempo y ganas quiero plasmar para no olvidarlas. Ahora ya no sentía miedo al ver el féretro, al contrario, sentía paz. Sé que es raro de expresar, pero fue en ese momento en el que acepté que por fin ella está descansando.

Me empeñé en que quería poner una rosa a mi abuela en su tumba. No como el resto de mi familia o conocidos que compraron que si coronas o ramos. Sin embargo, en el tanatorio solo vendían ramos. Mi madre me compro uno, que desmigajamos dando una flor a cada uno de los allí presentes. Esas rosas fueron a la especie de florero que hay en la cruz de las lapidas. Todas menos dos. La rosa de mi madre, y la mía.

Tras un rato de espera, yo estaba en camisa, sin frio y sin nada, porque no sentía nada. Llego el coche fúnebre. Un coche que podrían renovar, puesto que a feo no lo gana ningún otro modelo. Me extrañó que pusieron todas las flores encima de la lapida, pensé que la bajarían en horizontal, pero al llegar allí, solo estaba abierta la parte de delante, una pequeña losa vertical. En este momento, todos los hijos de mi abuela, empezaron a llorar. Una señora, supongo que de la funeraria, rezo el ultimo responso por el alma de mi abuela. En este momento, yo no lloraba, yo no sentía, yo estaba allí, pero creo que mis sentidos se vieron desbordados por la situación. Cogieron a mi abuela, y la introdujeron con unas cuerdas en el foso. Yo estuve al lado de mi madre en estos momentos, y ahora mientras escribo, miro la foto de mi abuela. Mi madre lloraba, daba sepultura a su madre. Una situación muy dura de vivir, pero que viene implícita con la vida. Una vez el ataúd estuvo emplazado en su lugar de descanso eterno, mi madre se acerco a echar la rosa. Yo fui detrás de ella. Seria luto, seria tranquilidad, seria inconsciencia, pero me quede unos instantes delante, mirando fijamente abajo, donde el ataúd yacía tranquilamente. Lancé la rosa, deseando haberla puesto entre las manos de mi abuela. En este instante, me asalto una duda que llevaré siempre en mi cabeza. Por qué no vi a mi abuela fallecida? Tengo la certeza de que su cara de paz me hubiese tranquilizado. Aunque creo que ella desde donde esté lo agradece. Seguro que hubiese puesto a parir hasta el final de los días a la persona encargada de maquillarla, que para eso mi abuela era muy perfeccionista.

Una vez todo el ritual hecho, la losa puesta de nuevo en su sitio y los lloros calmados por las personas queridas, la gente se fue yendo hacia los coches. Yo, para variar, volví a ponerme delante de mi abuela. O mejor dicho, de la lapida en la que descansa su cuerpo junto con el de mi abuelo y de nuevo volví a entablar una "conversación" con ella. Volví a quedarme solo, pero esta vez, pensé en lo coqueta que siempre fue mi abuela, así como ordenada, y decidí que las flores no estaban bien colocadas. Organicé los ramos y demás de tal forma que un centro de rosas quedase en el centro, bien visible. Las rosas siempre fueron las preferidas de mi abuela. De seguido cogí una de las rosas del florero y la clavé en el centro de rosas, para que sobresaliera. Cual bandera de luto. Y me fui.

Espero que esté donde esté haya encontrado a las personas que buscaba. Deseo que esté bien, sin dolores, sin cansancio. Y también deseo que ahora que sé que se va a encargar de protegernos y cuidarnos, no esté decepcionada conmigo, su nieto favorito, al haberse enterado que soy homosexual. Espero que pueda entenderme, y que me siga queriendo como antes.

Hasta pronto Abu!! Te quise y tengo la suerte de tener muchos recuerdos que lo avalan. Te quiero y tengo la suerte de tener "amuletos" tuyos que me ayudan a pasar el periodo de duelo. Y te querré por siempre jamás.

Te hemos perdido


Antes de terminar el 2010, y como habitualmente en los últimos años, hubo discusiones en casa teniendo como denominador común una persona: Yo.

Todo se remonta a más de 3 años atrás. Un fatídico 27 de septiembre. La terminal 1 del aeropuerto de la capital fue el escenario de la secuencia en la cual el hijo pequeño, y por ende mimado, de una familia dejaba las faldas maternas para enfrascarse en una aventura/desafío.

Tras un interminable café en el que tantas cosas pasaban por la cabeza de aquel joven, veía como los ojos de su familia se tornaban vidriosos cuanto más se acercaba la hora del vuelo. Aguantó el tipo delante de ellos, para impedir la típica frase de “si no quieres irte, no te vayas”. Fue una situación dolorosa, para las dos partes, pero sin ánimo de victimismo, más aún para aquel chico que dejaba su país, por motivos en parte ajenos a su voluntad.

Nada más traspasar el obligado control policial, recibió una llamada de la persona que materializó una realidad que hasta un año antes estaba bien encerrada en la mente del joven. Dicha llamada debía ser para infundir ánimos, pero se convirtió en una sarta de reproches. Con la objetividad que otorga el paso del tiempo, el emigrante se dio cuenta de que todos los reproches que le hicieron, no fueron más que la manera fácil y dolorosa de mostrar la pena por la marcha de un ser querido.

Cuando se inicio el embarque, las lágrimas corrían por las mejillas del chico, que desconsolado se preguntaba una y otra vez si esta huida era la solución a sus problemas.

Cabe decir que su vida se convirtió en una montaña rusa, no sólo de sentimientos, sino también de vivencias debido a las variaciones geográficas. En los tres años que ha pasado en su país de exilio, ha cambiado cada 6 meses de lugar de residencia, sin tener siquiera la posibilidad de llamar “hogar” a uno de esos lugares donde almacenó sus “affaires”. En todo ese tiempo, la huida se convirtió en un desafío.
Conoció a mucha gente que han intentado ayudarle en el camino. Unos siguen con él a día de hoy, otros dejaron paso a nuevas personas, pero los que poco a poco se fueron debilitando fueron los lazos familiares.

Por motivos del destino, la casualidad o el azar, hace unos dos meses, coincidiendo con el final del máster en el que se embarcó por amor, la abuela del joven empeoró gravemente de salud. Sin tener casa, sin saber dónde dejar todos los objetos de valor (unos sentimentales y otros monetarios) no dudó un instante en volver a sus orígenes para estar al lado de los suyos. Ayudar en todo lo posible era su misión principal. El destino decidió que la situación se estabilizase, impidiendo al joven decidir con claridad los nuevos pasos a seguir en el camino de su vida. O quizás, simplemente, sin ganas para llevar a cabo una nueva huida, sabedor ahora de que los fantasmas van incluidos en el equipaje.

Hace apenas 72 horas, una nueva discusión le llevó a escuchar una de las frases más dolorosas que jamás pensó oír, pero que inconscientemente se ganó a pulso. En medio de la disputa, su madre le relató los minutos posteriores a su marcha 3 años atrás.
Relató las lágrimas derramadas, pero haciendo un inciso. Para ella, con el paso del tiempo, esas lágrimas fueron premonitorias, porque fueron la señal que desencadenó el hecho de que “te hemos perdido como hijo”. Cierto es que el joven se reprocha muchas cosas, sobre todo los malos modos quizás inconscientes hacia su familia. Reproches fundados en la educación que recibiera, y que le impiden mostrarse como verdaderamente es.

Las cosas serian más fáciles si se atreviera a mostrar sus cartas, si de una vez por todas asumiera lo que es. Pero como niño chico que se escuda en banalidades, siempre encuentra la excusa perfecta para no dar el paso. La más recurrente es aquella en la que considera que es un paria social, y que por ende, es la oveja negra de la familia.

Todo ello ha hecho que esté perdido. Al sentirse sin ningún apoyo, sin personas en las que verdaderamente pueda dejar la carga de su equipaje. La familia siempre estará ahí, pero tanto jugar con fuego puede provocar rupturas irrecuperables. El joven afronta en pocos días un nuevo reto, sin unas ganas desbordantes de seguir luchando, pero con ánimo de ir viendo el camino a seguir.