sábado, 15 de noviembre de 2008

Tren con destino MI felicidad!!


Era el momento de partir, el tren salía de la estación y yo estaba sentado en mi asiento, esperando todavía que apareciera él, que apareciera la persona que provocó mi partida. Lo necesitaba, ya no podía soportar más la indiferencia, o por lo menos la falta de detalles. Llevaba tiempo sabiendo que las cosas no iban bien, que la amistad no es un título nobiliario, sino una relación que implica esfuerzos y apoyo por ambas partes. Tanto dar sin recibir, me ha llevado a este tren, sin destino preciso, pero con estaciones en las que sé que mis verdaderos amigos estarán, dispuestos a tomarse un simple café conmigo, para amenizarme la espera.

Aún recordaba aquellas conversaciones sin fin, en las que me esforzaba para intentar calmar la amargura y decepción que podía percibir en sus palabras. Aquellos paseos por la ciudad, descubriendo calles por las que nunca pasé, y que ahora siempre me recordaran esos momentos. Todo ello se ha convertido en mi equipaje, un abultado y pesado equipaje que me era imposible cargar en el tren. Decidí quitar lo superfluo, decidí aparcar los sentimientos, y aún con ello, me quedaban 2 maletas de recuerdos.

No soy rencoroso, no busco la gloria, ni mucho menos que me den una palmadita en la espalda. Lo único que quería, lo único que necesitaba para haber roto el billete de tren, era un detalle, un gesto que me indicase que todo mi esfuerzo no fue en vano, que aunque sólo una vez, sólo una noche, conseguí hacerte olvidar tus preocupaciones e incluso hice aparecer esa traviesa sonrisa con la siempre te recordaré.

No fui tan siquiera capaz de romper las fotos que me hice contigo, el motivo era sencillo, te quise, tanto que los recuerdos se grabaron en mi pasado, así que de poco iba a servir romper un papel en el que se podía ver mi felicidad. Recuerdas lo que me impliqué, recuerdas mis llamadas a altas horas de la noche, buscando tan solo un abrazo tuyo, o incluso cuando me despertaba por las mañanas en mi cama, miraba inconscientemente el móvil esperando ya no tener un mensaje tuyo, sino al menos una llamada perdida que demostrase que yo era algo más que un paño de lagrimas para ti. Todo esto fue minando mi moral, fue convirtiéndose en una pesada cadena que cargar, pero no era el hecho de que fuese pesada, sino que era yo y sólo yo, quien cargaba con todo el peso.

Llegué incluso a desesperarme, hasta tal punto, que incluso te supliqué que me dijeras que querías que fuera, puesto que yo estaba dispuesto a serlo por ti. Ni aún arrastrándome fui capaz de que llamar tu atención.

Se cerraron las puertas del tren, todo indicaba la marcha inminente, y justo en este momento me planteé que era lo más doloroso para mí. Si el hecho de haber sido capaz de todo por ti, sin que tú me demostraras ser merecedor de ello, o el haber renunciado a mi orgullo para intentar mantenerte a mi lado.

En el momento en el que la mitad del tren ya estaba fuera de la estación, desde el penúltimo vagón, el mío, creí ver una cara familiar despidiéndome en el andén. Inconscientemente pensé que eras tú. Nunca dejaré de ser un ingenuo, puesto que al fijarme bien, tan siquiera era a mí a quien esa persona estaba despidiendo…

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