martes, 23 de marzo de 2010

Los viejecitos del parque


Era una fría tarde en la ciudad. Comenzaba a oscurecer, aunque ya habíamos cambiado de estación. Sin embargo, la bufanda seguía estando alrededor de mi cuello para evitar otra recaída. Era relativamente temprano, para las horas en las que yo solía andar por allí, pero ese día sólo tenía ganas de llegar a mi casa y tumbarme a ver una película que consiguiese evadirme de mis problemas. Por la calle me encontré muchas parejas, de todas las edades, pero será por cuestiones del azar, las que más me llamaban la atención eran las de los ancianos.

No debía ser mi día, porque veía felicidad por todas partes y yo me sentía desdichado. Los niños estaban corriendo de un lado a otro en el parque, con la mirada atenta de sus madres para actuar en caso de alguna caída. La pareja de abuelitos, a los que llevo viendo varios años, seguían sentados en el mismo banco de siempre, conversando de todo y de nada. Muchas veces me he preguntado cómo pueden seguir teniendo temas de los que hablar dos personas ya jubiladas que están juntas todo el día. Siento envidia de ellos, pero al mismo tiempo alegría. Estamos en una época en la que no hacemos más que infravalorar a nuestras personas mayores, sin tener en cuenta que lo que ellos trabajaron en su día es lo que nosotros disfrutamos e incluso nos dedicamos a destruir.

Al llegar a mi casa, busqué entre todos mis dvd’s alguna comedia que no me supiese ya de memoria, o en cuyo caso, que no me hubieses propuesto tú de verla. Di con una que me apetecía ver, y de la que aún no me había aprendido los diálogos. Raudo y veloz, me duché y preparé la ropa para el día siguiente, así como la bebida y las palomitas para la película.

Cuando la película terminó, me di cuenta de que no era una comedia sin más, sino una comedia con final feliz. Y como de costumbre, me puse a crear de nuevo mi cuento particular de la lechera. Volví a recordar esos tiempos en los que éramos felices, en los que hubiera dado mi vida por ti, para posteriormente imaginarnos ahora como aquellos viejecitos del parque…Sólo tenía una contradicción mi cuento, que tú y yo jamás conseguimos hablar.

Justo cuando estaba en estas elucubraciones, me llamó Juan. Ese fiel amigo que no sé cómo se las apaña para por telequinesis quizás, darse cuenta de los días en los que mi felicidad no es desbordante. Vivía lejos, pero gracias a las nuevas tecnologías, podíamos mantener una relación casi normal. El sabía todos mis problemas, pero desgraciadamente, o bien el no tenía, o no confiaba en mi como para contármelos.
Como siempre, me hizo reír con su forma de contarme sus aventuras. Era capaz de convertir la noticia más idiota en un acto espectacular. Y me dio la sorpresa de que a finales de mes, vendría de visita un fin de semana.

La conclusión que saqué cuando apagué las luces y me fui a dormir me sorprendió incluso a mí mismo. Los días pueden ser soleados o nublados, pero siempre, aunque intentemos ser negativos, tenemos a nuestro lado la gente que puede hacernos soñar.
Para poder pensar en estar bien con alguien, primero hay que aprender a disfrutar de uno mismo y de las personas que nos rodean, que nos quieren, aunque los abrazos no puedan darse tan a menudo como querríamos.

N.A.: Afortunadamente todos tenemos un amig@ "Juan"

1 comentario:

Oscar dijo...

Vas en camino :)