miércoles, 26 de enero de 2011

Te hemos perdido


Antes de terminar el 2010, y como habitualmente en los últimos años, hubo discusiones en casa teniendo como denominador común una persona: Yo.

Todo se remonta a más de 3 años atrás. Un fatídico 27 de septiembre. La terminal 1 del aeropuerto de la capital fue el escenario de la secuencia en la cual el hijo pequeño, y por ende mimado, de una familia dejaba las faldas maternas para enfrascarse en una aventura/desafío.

Tras un interminable café en el que tantas cosas pasaban por la cabeza de aquel joven, veía como los ojos de su familia se tornaban vidriosos cuanto más se acercaba la hora del vuelo. Aguantó el tipo delante de ellos, para impedir la típica frase de “si no quieres irte, no te vayas”. Fue una situación dolorosa, para las dos partes, pero sin ánimo de victimismo, más aún para aquel chico que dejaba su país, por motivos en parte ajenos a su voluntad.

Nada más traspasar el obligado control policial, recibió una llamada de la persona que materializó una realidad que hasta un año antes estaba bien encerrada en la mente del joven. Dicha llamada debía ser para infundir ánimos, pero se convirtió en una sarta de reproches. Con la objetividad que otorga el paso del tiempo, el emigrante se dio cuenta de que todos los reproches que le hicieron, no fueron más que la manera fácil y dolorosa de mostrar la pena por la marcha de un ser querido.

Cuando se inicio el embarque, las lágrimas corrían por las mejillas del chico, que desconsolado se preguntaba una y otra vez si esta huida era la solución a sus problemas.

Cabe decir que su vida se convirtió en una montaña rusa, no sólo de sentimientos, sino también de vivencias debido a las variaciones geográficas. En los tres años que ha pasado en su país de exilio, ha cambiado cada 6 meses de lugar de residencia, sin tener siquiera la posibilidad de llamar “hogar” a uno de esos lugares donde almacenó sus “affaires”. En todo ese tiempo, la huida se convirtió en un desafío.
Conoció a mucha gente que han intentado ayudarle en el camino. Unos siguen con él a día de hoy, otros dejaron paso a nuevas personas, pero los que poco a poco se fueron debilitando fueron los lazos familiares.

Por motivos del destino, la casualidad o el azar, hace unos dos meses, coincidiendo con el final del máster en el que se embarcó por amor, la abuela del joven empeoró gravemente de salud. Sin tener casa, sin saber dónde dejar todos los objetos de valor (unos sentimentales y otros monetarios) no dudó un instante en volver a sus orígenes para estar al lado de los suyos. Ayudar en todo lo posible era su misión principal. El destino decidió que la situación se estabilizase, impidiendo al joven decidir con claridad los nuevos pasos a seguir en el camino de su vida. O quizás, simplemente, sin ganas para llevar a cabo una nueva huida, sabedor ahora de que los fantasmas van incluidos en el equipaje.

Hace apenas 72 horas, una nueva discusión le llevó a escuchar una de las frases más dolorosas que jamás pensó oír, pero que inconscientemente se ganó a pulso. En medio de la disputa, su madre le relató los minutos posteriores a su marcha 3 años atrás.
Relató las lágrimas derramadas, pero haciendo un inciso. Para ella, con el paso del tiempo, esas lágrimas fueron premonitorias, porque fueron la señal que desencadenó el hecho de que “te hemos perdido como hijo”. Cierto es que el joven se reprocha muchas cosas, sobre todo los malos modos quizás inconscientes hacia su familia. Reproches fundados en la educación que recibiera, y que le impiden mostrarse como verdaderamente es.

Las cosas serian más fáciles si se atreviera a mostrar sus cartas, si de una vez por todas asumiera lo que es. Pero como niño chico que se escuda en banalidades, siempre encuentra la excusa perfecta para no dar el paso. La más recurrente es aquella en la que considera que es un paria social, y que por ende, es la oveja negra de la familia.

Todo ello ha hecho que esté perdido. Al sentirse sin ningún apoyo, sin personas en las que verdaderamente pueda dejar la carga de su equipaje. La familia siempre estará ahí, pero tanto jugar con fuego puede provocar rupturas irrecuperables. El joven afronta en pocos días un nuevo reto, sin unas ganas desbordantes de seguir luchando, pero con ánimo de ir viendo el camino a seguir.

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