viernes, 18 de febrero de 2011

Sueño de una noche de san Valentín


Nunca había vivido un San Valentín.

Nunca había tenido la oportunidad de poder decir junto a mi novio que este día era un invento estúpido de los grandes almacenes para favorecer el consumismo. Lo más cerca que estuve de poder infravalorar esta fecha fue el año pasado. Año de sombras en mi vida, y muy pocas luces. Paradojas aparte con que mi vida se desarrolla en aquel lugar llamado ciudad de las luces, pero en mi interior más conocido como la ciudad del amor.

En ese día, no viví nada feliz, simplemente amanecí de nuevo en los brazos de la persona que me llevó al abismo. Esa persona que tantos males me hizo encontrar, y que provocó que la oscuridad entrara en mi vida. O peor aún, en mi corazón.

Muchos meses de duelo, un duelo que creo no haber superado. Mucho dolor por el camino, pero no el suficiente como para odiar. Ni tan siquiera suficiente como para olvidar. Lágrimas amargas con muchas noches en vela. Mi íntima amiga la soledad, se aprovechó de la hospitalidad de mi corazón, y se instaló con una duración indeterminada.

Este año, fue diferente. Fruto del azar, el destino o quizás el subconsciente, de nuevo tuve el valor de entrar en el camino fácil de conocer chicos. Y apareciste tú. Inesperado. Sorprendente.

Al nada de hablar contigo, quedamos a tomar algo. Consecuencia de mis complejos, de mi nerviosismo o mi verborrea, te resumí mi vida en dos horas. Esos ojos verdes me inspiraron tranquilidad, confianza, e incluso seguridad. Esos ojos me llevaron a la perdición. Hicieron que apareciese una fisura en mi coraza protectora.

Los días pasaron, e intenté mostrarte mi interés. Al final, conseguí que nos viéramos, porque quería seguir conociéndote. Eres especial, no por guapo, no por listo, sino porque en ciertos momentos tuve la impresión de que no sólo me oías, sino que me escuchabas. Una gran novedad para mí.

El día no fue el más propicio en un inicio. San Valentín. Día de los enamorados. Tras varios fracasos en la planificación, terminamos alrededor de una crêpe y una botella de sidra. Nunca pensé que las matemáticas me harían sentir paz. Que los números podían esconder conversaciones cultas e interesantes. La cena termino precipitadamente para escuchar los tartamudeos de un rey.

Mientras veíamos como un pseudo-profesional ayudaba a curar la enfermedad o minusvalía de una persona orgullosa, mi mirada se fijaba en ti secretamente. En tus movimientos nerviosos. En cómo te mordías las uñas. En cómo te rascabas granos inexistentes. Mi coraza se desgarró un poco más. No sabía cómo hacerlo. No sabía cómo hacer que tu mano se cruzara con la mía. Tan siquiera supe si tus miradas durante la cena eran entusiastas hacia mí, o hacia mi acento extranjero. Todo pasó.

El rey consiguió dar su discurso, superó sus miedos. Yo, no. Y te vi marchar.

Desde hacía mucho tiempo, no había tenido esa sonrisa en mi cara. Me hiciste volver a creer. Creer en que hay personas interesantes en el camino. No sólo el color de los ojos es importante, también su interior.

Te fuiste. Para no volver. Y me volví a encerrar en mis aposentos, para sellar las fisuras de mi coraza. Te fuiste, pero sanaste muchas heridas sin tan siquiera tocarlas.

Y todo quedó en la mejor noche de san Valentín de mi vida. Un sueño fugaz, pero feliz.

No hay comentarios: